jueves, 7 de octubre de 2010

Pequeños cambios

Un martes por la noche, mientras cenaba con mi mujer, se cortó la luz en todo el barrio. Rápidamente fui, a tientas, en busca de las velas para poder terminar de comer porque no se veía nada. No las encontré. Me dijo Raquel que no debería haber, que fuera a comprar. A lo que respodí que ya era tarde y que seguramente estarían todos los comercios cerrados.
De todos modos salí a la calle. No alcanzaba a ver más que sombras, algunas más oscuras que otras. Únicamente se iluminaba el lugar con el paso de los autos, pero donde vivíamos era una zona poco transitada. Cuando llegué al kiosco más cercano comprobé que estaba cerrado. Caminé un par de cuadras más hasta el otro negocio que había cerca de casa. Lo mismo. Mientras volvía, una sensación extraña recorrió mi cuerpo, pero no le di importancia.
Cuando llegué a casa le dije a Raquel que no estaba abierto ni lo de Tito, ni lo de Marce, también le comenté lo que me había costado caminar en semejante oscuridad. Estuvimos charlando un rato de lo aburrida que era la vida sin electricidad mientras terminábamos nuestros platos como podíamos, hasta que se hizo la luz.
Enorme fue mi sorpresa cuando vi que la mujer con la que estaba a la mesa no era Raquel. Ella también se asustó cuando me vio, pero parecía tomarlo con más naturalidad.
-¿Quién sos? -Le pregunté- ¿Y que hacés en mi casa?
-Soy yo. Raquel; Saúl. Raquel. Tranquilo. -Me respondió.
Salí a toda velocidad a mirarme en el espejo del baño y descubrí que mi rostro ya no era el mismo. Tampoco mi cuerpo. Estuve un tiempo encerrado, acostumbrádome a mí mismo y me dirigí a la habitación. Ella ya estaba acostada. La observé un poco. Con cuidado de no despertarla me acosté a su lado. Y mientras cerraba los ojos para dormirme, en lo único que pensaba era en el enorme deseo que tenía de que ésta fuera la última vez que me ocurría lo mismo.

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