jueves, 7 de octubre de 2010

La Plata, jueves 16 de abril.

Hace calor mientras lo espero. El chavón va a venir. Lo sé. Todos los días a esta hora. Es fija. Entre las once de la mañana y las cuatro de la tarde, aparece. Sube al tren sin pagar boleto. Entra así nomás, ya fue. Si lo se las rebusca para colarse de algún modo. Y lo logra. Vive a doce cuadras de la estación desde que nació. Conoce la zona y el oficio como las canciones de la cancha.
Ahí está. Pantalón ancho, deportivo, azul con dos franjas blancas a los lados, dentro de las cuales se albergan varios pumas (o algún otro felino) de color negro; zapatillas muy blancas, como de cuero; y una gorra negra con unas llamas anaranjadas que le otorgan una pinta de chorro increíble. Para peor, es chorro nomás. Salta al tren cuando el coche frena en Berasategui. Recorre los vagones buscando su presa. Una vez que la detecta, como esa piba con el pecho amplio y reluciente, toma distancia de ella, esperando no llamar la atención. Se sienta para dar aspecto de que va a seguir viaje, pero una vez que el tren arranca y toma alguna velocidad, se levanta agazapado y camina hacia su víctima, le lanza las garras al pasar a su lado, le arrebata el trofeo de guerra, corre hacia la puerta más cercana y se tira, rueda, a veces se golpea, pero nunca es de gravedad, igualito que en Animal Planet. Se levanta, se limpia un poco, adquiere dignidad y sale caminando, mirando apenas hacia ambos lados, simulando algún interés porque no lo vean. En realidad, no le importa un carajo. Al otro día hará lo mismo. Y al otro. En el mismo lugar y a la misma hora. Una estrategia más bien insensata. Pero a él no le importa un carajo. Alguna vez se golpeó un poco, alguna vez lo corrieron, alguna vez visitó la comisaría, alguna vez le pegaron de lo lindo en una seccional, alguna vez hasta le pegaron a su hermanito, delante de mí, sabés lo que es eso, loco, pero por lo demás, no ha tenido mayores inconvenientes. Una vez una cartera le deparó más de seiscientos pesos. Otra vez una cadena de oro le facilitó cuatrocientos morlacos. Le compró una pelota al hermanito, sacó a bailar a la novia, le regaló tres cidís, loco, a la vieja, esa vuelta. Re copado, me cuenta:
-A veces hago monedas. Hoy, fijáte lo que hice. Esta cadena es fantasía pura. La vendo en el barrio, en una villa. Pero más de un peso no hago. Eso es lo que hago, muchas fantasías. Llevo esto al baile, a veces. Y ahí le regalo a una minita que me gusta. Total... A mí no me cuesta nada hacer ésto. Hago todos los días cadenitas como ésta.
Qué significado le dará a la palabra hacer la minita que va en el tren a La Plata, con los arañazos en el pecho y la respiración ahogada y profunda como una hiena hambrienta, pienso mientras desgrabo la entrevista.

No hay comentarios:

Publicar un comentario