lunes, 28 de febrero de 2011

Ingeniería secreta de un escritor que sin dudas no llegará a nada

Seguidores del blog, quiero retribuirles su especial deferencia al leer nuestras creaciones "literarias" y qué mejor que develando la trama secreta de la narrativa contemporánea, o, más humildemente, de la manera en que yo "trabajo"...
Lo primero de todo es una idea, quizá una metáfora, lo cual va a constituir el argumento del cuento. Luego la escribo, por ejemplo:
Hay un tipo habla sólo cuando está solo; delante de otros, no. De modo que es mudo, porque uno es lo que la sociedad dicta. Hasta que un día se descubre que habla, por las arrugas de la cara o algo así. La idea es que lo interno sale a la luz de algún modo. Quizá una metáfora posible sea que nunca tira la basura pero algún día ella desborda y sale afuera.
Después, un día, cuando tengo tiempo, ganas y algo más, lo escribo de un tirón. Siguiendo el ejemplo, podría ser:
El hombre no hablaba. Sintetizaba la hermosura del universo, pero no hablaba.
Una orquídea, un pavo real, el olor a pasto recién cortado, a tierra mojada, nada significaban para él, pues no hablaba.
La gente empezó por admirar su condición, continuó por apenarse ante su imposibilidad de ser, y terminó por contemplarlo como quien observa una montaña, una nube, un campo sin arar.
Su quietud era inigualable, y su aspecto, ambiguo, como las arrugas de un bebé recién nacido.
Junto al lago, un viejo roble y la hija de Don Birgona, pasó a formar parte de las riquezas naturales más dignas de orgullo en todo el pueblo, aunque hacía ya un tiempo en que la riqueza, la dignidad y el orgullo no eran más que simples palabras.
En cuanto la gente notó que su carácter era semejante al de una piedra, al de una pelota, al de una flor, se lo nombró como a una cosa, o sea, de cualquier manera. No recuerdo la palabra que lo designaba; sé que a nadie se le ocurrió asignarle un nombre propio.
Como no hablaba, no podían hacerlo trabajar, así que lo utilizaban para atar sus bicicletas, para retratarlo. No faltaron quienes quisieron embellecerlo más, y le colgaban adornos; pero el viento, indómito, los arrancaba con eficacia.
Así las cosas, el hombre no hablaba. Algo natural, pues se trataba de un objeto, qué iba a decir, si de nada se daba cuenta, hasta que un día pestañeó, se acomodó la camisa, y dijo, con involuntaria solemnidad:
- Qué va a hacer, hermano. Es lo que hay.
Horrorizada, la gente corrió durante horas sin parar; luego, el silencio cayó como un trueno.
El pueblo fue abandonado. Ya no se supo más del hombre que habló; ni de él, ni de la hija de Don Birgona.
Esas palabras dejaron al lugar totalmente deshabitado; ellas y el tren que ya no volvió a pasar. Ahora sólo hay un roble; pero los robles, naturalmente, no hablan.
Por último, decido que aún no llegué a lo que quería expresar, y abandono el cuento en un cajón del que tal vez no saldrá más que para mudarse, con suerte, a un departamento mejor.

Piedrita

Rubén era un hombre de grandes anhelos.
Geólogo, noctámbulo, poeta y ensayista.
Su vida giraba en torno a las piedritas. A todos les hablaba de ellas. Incluso les escribía poesías.
Una noche su mujer le arrojó una por la cabeza al grito de -¡¡me tenés re podrida Rubén, vos, tus piedras, tu hermana y esos garabatos que escribís!!
Lo llevó la ambulancia, desmayado, con su piedrita incrustada en la frente, directo al hospital.
Le descubrieron también cálculos en la vesícula.
-"Mmm, tengo piedras adentro", pensó él.
-"Se juntaron el hambre y las ganas de comer" pensó Pocha, su mujer. El médico hablaba.
Años después, se doctoró en medicina.
Urólogo. Dale que dale con la piedrita.
Pesado como collar de melón "el Rubén".

viernes, 25 de febrero de 2011

Fue lo que pudo no lo que quiso

Mientras el sueño sucumbe ante mi despertar recuerdo esas noches de jocosa soledad donde me sentaba en mi cama con mi "tapar" e imaginaba distintos mundos posibles. Ninguno tan real, tan mísero, tan poca cosa como el mundo que me toco sufrir.

Este mundo del que les quiero hablar, es un espacio etéreo, insoportable morfologicamente hablando. Un lugar donde la gravedad nos prohíbe volar y si aun así logras levantar los pies de la tierra seguro viene algún gil y te pega un gomerazo y te hace volver al piso. Quizás mis palabras no se entienden porque debo admitir que este no es su objetivo. Ellas se someten a la voluntad artificiosa de un genio maligno cartesiano que las impregna de maldad e intolerancia.

Pero no es mi deseo embaucarlos con una historia de tinte trágico, sino mas bien por el contrario quizás tal vez sea esta una oportunidad única en la que puedo yo demostrarle a varios cientos de miles de millones lo inverosímil de la palabra humana. Esto es lo que tengo para decir por lo menos por ahora. El que así no lo entendiese que se ponga a mirar sus entrañas.

jueves, 24 de febrero de 2011

Busco una madre.

Busco una madre.
Sabía que tenía una amiga, pero nada más. Ahora ella me llamaba, tenía algo para darme. Era una caja con cartas escritas por mi vieja. En todas se destacaban sus enormes virtudes. Las fui leyendo entre llantos y risas, y las fui dejando sobre la cama. La última, envuelta en un sobre verde, tenía una exhortación: “No la guardes, quémala”. Era más larga que las otras. Casi una especie de autobiografía en la que aseguraba que siempre supo que pasaría a la gloria y que, por ende, sus cartas se darían a conocer. Sus otras cartas habían sido escritas para esa posteridad minuciosamente construida. Esta, en cambio, las contradecía. Se sinceraba, en el ocaso de su enfermedad, con su amiga de siempre, pero al final repetía la orden inicial: QUÉMALA.
Recogí las cartas que habían quedado desparramadas por la cama de mi vieja y acomodé las sábanas. Antes de salir miré otra vez la habitación. La radio de madera, los libros viejos, el tibio encendedor.

Amaicha del Valle

Al bajar del colectivo el silencio aturdía. Pronto un zumbido punzante como el de un teléfono mal colgado emergía del cerebro hacia los oídos.
Parecían las cinco de la mañana. La docena de turistas que habíamos bajado juntos del Aconquija, que ya no estaba, tratábamos de explicarnos cómo se había hecho de madrugada si hace un rato habíamos almorzado unos tamales fríos que compramos en la Terminal de Tafí.
Un niño, que se estaba haciendo muchacho a juzgar por sus finos y largos bigotillos achocolatados, interrumpió nuestro mareo.
- ¿Tienen hotel? –sus manos, simulando timidez, se enredaban en una remera mientras hablaba.
De modo que este lugar irreal era nomás Amaicha.
No tardamos en ver el sol, en saber que la tarde recién empezaba, y en divisar, a pocos metros de nuestras narices, a no menos de cincuenta muchachos de entre dieciocho y treinta y cinco años desparramados por la placita.
Así que la cosa era así nomás. Aunque la gente hablara, y algún que otro auto paseara por las calles asfaltadas del pueblo, uno no escuchaba más que el creciente zumbido que le daba vueltas por la cabeza, acaso horadándole el cráneo.
Pero pronto el motor cerebral que nos arrastra se desacelera y uno se funde en el paisaje, y entonces no hay lugar más agradable en el mundo que éste.
Camino al camping de Fredy pasamos por la modesta oficina de turismo, institución encargada de propagar la infundada creencia de que en Amaicha nunca llueve. El microclima que envolvía al pueblo, como todo lo sólido, se desvaneció en el aire, y ahora cada tanto llueve, y a veces, aunque fugaces, hasta hay tormentas.
Para ponernos a tono, media cuadra antes del camping nos sentamos en una peña a tragar un poco de vino y tres empanadas de carne fritas. Mi vaso, de plástico blanco con ranuritas en le medio, tenía una débil rajadura que dejaba pasar lentas gotas color sangre. Para no dar explicaciones de manchas extrañas, lo apuré de tres sorbos.
Nuestras mochilas, del tamaño de un nene de cuatro años, eran más llamativas que las nucas rosáceas de dos europeos que bebían cerveza en cuero y al sol.
Un mes después, viendo las fotos que sacamos en ese playón de cemento que más que una peña parecía un lavadero de autos, reconocimos lo ridículas que quedaban nuestras mochilas junto a los caballos que pastaban detrás de los músicos.
El camping de Fredy es una loma de tierra que nace junto a la calle, y termina no mucho más allá, en una casa de material de dos pisos.
A la noche no hay bares adónde ir, así que la movida está en el medio de la plaza, adónde unas decenas de personas nos juntábamos a cantar y hacer correr las botellas de plástico cortadas al medio y cargadas con vino patero, que sorbíamos de a grandes tragos como si hubiéramos venido corriendo.
La mitad de los muchachos eran de San Miguel de Tucumán, y el resto veníamos de todas partes del país. Las chicas, en cambio, venían casi todas de Buenos Aires y alrededores.
La más linda, una rosarina de diecisiete años, usaba un vestido amplio que parecía volar al compás de las zambas que cantábamos a destiempo. Cuando terminaba un tema, aplaudíamos buscando su mirada, y si a veces nos cruzábamos con su sonrisa de dientes apenas separados, le reteníamos la mirada todo el tiempo posible para ver si nos salía algún tema de conversación.
Su hermosura nos enmudecía. Nunca supe decirle más que parece que va a ser un lindo día, mientras ella colgaba su vestido de un árbol que unía y separaba nuestras carpas. Al recordarla, noto que su respuesta no era muy alentadora:
- ¿Tenés broches? –su pelo de te con miel estaba volcado suavemente hacia atrás, y en su frente un pedazo de tela verde hacía de bincha.
- Sí –dije yo, dándome cuenta al instante de que tendría que haber dicho que no, que una mina así jamás le daría pelota a un flaco que viaja de mochilero con broches. Me faltaba sacar el celular, y la completaba.
Ahora ya no hay tantos escrúpulos con este tipo de cosas, pero en ese momento la gente jugaba a disfrazarse de Tarzán durante las dos semanas que duraba su peregrinaje por el “mundo salvaje”. Lo justo era que yo, en ese momento, le enseñara cómo se podían reemplazar los broches sin que el viento se llevara su vestido frágil por los Valles Calchaquíes o más bien que la hubiera invitado a desvestirse o, por qué no, a volar directamente.

El lado pájaro del corazón

Como todos los días, Eugenio se levanta a trabajar la tierra a las cinco de la mañana. El gallo suele arrancarlo de la cama con su quiquiriquí, pero a veces él se le adelanta. Está acostumbrado a moverse con el sol. Se levanta de madrugada y se acuesta con el anochecer (a eso de las ocho, ahora que es verano, vistes, me dice). En el kilómetro X de la ruta X hay un cartel que dice amablemente: “Bienvenidos a Santa Sylvina”. Es una especie de arco del triunfo hecho de barro; de él pende una chapa con el nombre del pueblo.
Santa Sylvina es un pueblo hermoso del suroeste chaqueño. Junto al cartel, que pasa por encima de la carretera que conduce al centro, se encuentra la casa de Eugenio. Es la primer casita, una de esas cuya hermosura reside en la sencillez.
A esta hora, los pueblerinos salen a correr. Abandonan sus camas y salen caminando desde sus casas hasta la entrada, justo frente a la casa de Eugenio. Ahí empiezan a trotar, toman la ruta y se pierden en el lejano horizonte. Una hora después empiezan a volver los primeros, que aventajan en una hora a los más rezagados. Entre las cinco y las siete de la mañana centenares de personas pasan al galope por la casa de Eugenio, punto de partida y de llegada de la travesía diaria. En piletones enormes, él les tiene preparada agua potable y unas jarras con las que saciarán la sed.
Eugenio no les presta mayor atención. Mientras los “corredores” (como le gusta llamarlos), beben y se refrescan, él sigue trabajando allá atrás, en su huertita. Ocasionalmente responde a algún saludo levantando un brazo, pero no más que eso.
Día tras día, absolutamente todas las mañanas, sobre el cartel de acceso al pueblo se posa una incontable cantidad de aves de las más variadas especies. Los pájaros se instalan allí, uno al ladito del otro, para ver correr a la gente.
Me causa curiosidad la escena diaria. Los pájaros allí, observando con atención a los corredores, la mirada fija en ellos. Eugenio se da cuenta y me explica que los pájaros se sienten avergonzados por su condición de pájaros. Condenados a volar, piensan que la libertad es poder correr. Se sienten seres inferiores por poseer inútiles alas que sólo sirven para volar. Para volar a ningún lado, además. Sin punto de llegada. Admiran las piernas de las personas, que les permiten transportarse con los pies sobre la tierra. Que los aferran a un lugar, otorgándoles una identidad, pero sin encadenarlos a él. Los pájaros, en cambio, dan vueltas al orbe. (“Al planeta, ¿me entendés?”) Pero sin ningún sentido, sin metas, sin horizontes. Un constante ir hacia ninguna parte. Esclavizados de su condición de pájaros, no pueden más que volar.
Por eso, que se posen ahí los pájaros, no es otra cosa más que un anhelo de libertad, me cuenta Eugenio, casi en voz baja. Me dice y sigue trabajando, ajeno a mí, a los pájaros y a sus piernas atadas con várices.

Oda al Bicibleta Saturno


Hete aquí, un astro del fútbol mundial
que escribió sin parpadear
las letras grandes de un libro,
que no pasará al olvido.
Que dibujaba en el camino,
Dejando su aliento a vino.
Esculpiendo la cultura, cual canciller del amor,
glorificando aquellas épocas, en las tardes de terror.
Dibujando con locura, esos rayos y centellas
entre cámaras y fotos, hacía la vida más bella.
Nunca un gol, sí una gambeta,
siempre ésa fue su meta.
Iluminando aquellas tardes, cual gaviota pasajera,
Dejando un surco en la cancha cuando hacía la bicicleta.
La justificación de las semanas,
Fueron sus tardes fiesteras.
Así lo vimos regocijarse,
Entre huracanes y bosteras.
Y aunque de aquellas alegrías,
sólo recuerdos nos quedan
recorriendo el verde césped
su estampa quedó grabada.
Revoleando los sombreros,
rompiendo cualquier agujero
entre cámaras y gomines
y mal lustrados botines,
 como baratos mocasines,
así nos queda el recuerdo,
de este querido querrero,
que con valerosa hombría,
con mucho guevo y sin miedo
fue héroe de añejas tardes
amigo de porcel y olmedo.
Con estampa y sello único
por los potreros jugaba,
se comía a los rivales
que obnubilados miraban.

Hete aquí un homenaje
a aquel adalid del fútbol
que ha dejado grabado
(más que cualquier otro hombre)
un estilo separado.
Por la magia, gracias.
Por un planeta aparte, también.
El recuerdo de tus anillos,
de tu andar un tanto ladeado,
de tus llantas en buen estado
aquí nos deja aturdidos
A nosotros (tus amigos)
 que desde aquí te saludamos.

miércoles, 23 de febrero de 2011

Humorada: "Yapa"

"Todo imperio tiene un emperador.
Ustedes me tienen a mí, que además de ser su emperador, soy un gil."

martes, 22 de febrero de 2011

Noticia de último momento

–Aquí estamos con Romina, la madre de Martín, a quien le agradecemos su testimonio. Imaginamos lo difícil que debe ser halar en este momento tan duro como lo es la pérdida de un hijo…

–No, gracias a ustedes por permitirme que me exprese y pueda decirle a la gente que necesitamos que haya justicia. Porque hoy fue mi hijo, pero mañana puede ser el de cualquiera de ustedes al que le pase lo mismo que a Martín. Necesitamos que los responsables estén tras las rejas para que esto no vuelva a pasar. –Hace una pausa y baja el tono en su discurso–. Esto es muy difícil para mí porque, para empezar, nunca estuve ante una cámara y porque hoy estoy extremadamente triste por la muerte de mi hijo, pero dentro de todo… –Se le llenan los ojos de lágrimas y se le entrecorta la voz–. Disculpe. Dentro de todo, ahora puedo desahogar mi llanto. Que lo vengo conteniendo desde hace semanas. Desde que lo internaron. Ese mismo día el médico me dijo que el grado de desnutrición que tenía era muy grave y que moriría en pocos días. Desde entonces no me moví de su lado y no podía dejar que él sintiera que yo estaba mal. Así que ahora voy a poder llorar tranquila–Se le entrecorta la voz nuevamente–. Y quisiera, por último, pedirle al juez de la causa que haga caer todo el peso de la ley encima de todos ¡De todos los hijos de mil puta que mataron a Martín!

La señora rompe en llanto y lentamente se va dejando caer hasta terminar acostada en el suelo en posición fetal mientras sigue llorando desconsoladamente.


* Creo que no hace falta la aclaración, pero no es un caso real. En la realidad las personas cuyos hijos mueren de inanición no tienen la posibilidad de salir en los medios pidiendo mano dura y represión en contra de los culpables de dicho crimen.

lunes, 21 de febrero de 2011

Lunes, muy de lunes

En una pequeña habitación, plena tardecita y sin ventanas, Jorge lee un libro.
Separado por un delgado muro de yeso, Miguel. Toma mates, mira la pared.
Al lado se lamenta Julito. Unos metros más allá reside la clínica de fertilización de embriones. Ninguno de los tres anteriores oyó hablar alguna vez de ella.
Un complejo entramado de construcciones casi infinitas denominado “casa”, se fue gestando, invisible y sordo, por centenares de años. Las últimas generaciones no saben de historia, ni les interesa. Yo sé que puede remitirle a Orwell, o al mundo que imaginó Huxley, o a algún otro que desconozco, querido lector. Sucede que esta mañana me invadió un presagio triste, de gente que quizá no pueda ver el sol, ni sentir su calor, en un futuro lejano. La máquina silenciosa va cambiando la realidad vertiginosamente, y aún así nos cuesta darnos cuenta. Julio Verne fue un visionario. Espero que en un puñado de años se diga: “George Orwell, muy linda tu ciencia ficción”, “Huxley, measte afuera del tarro, hermano”, “Bradbury, estoy leyendo El Capital en el año 3153”.

viernes, 18 de febrero de 2011

Crónica de una verdad anunciada

La tarde en que Miguel "tijerita Ramirez"  miró a los ojos a su abuela y le preguntó: 
-Abuela ¿por qué no vino Papá Noél?
Mirá hermoso, yo te lo dije ya tres veces, por favor, entendéme aunque sea una sola. 
Papá noél no va a venír porque está con carpeta médica. 
-¿y pero ..., cómo no?
¡¡¡¡Por favor entendé de una buena vez !!! 


La desesperación de "Tijerita" crecía en forma descomunal...
No había consuelo alguno para el pequeño , que con apenas 7 años , lo único que hacía era llorar desconsoladamente...
Años después Tijerita advirtió la peor de las realidades de como éran las cosas.



Publicado por Cristian "el piqui". Gurú espiritual de lallaveconolor.

lunes, 14 de febrero de 2011

Consultorio: La negación ante todo

- Asique teme usted a las grandes concentraciones de gente, por ejemplo en un supermercado.
- No.
- ¿No dijo eso en la sesión anterior?
- No.
- Entonces no le teme a eso.
- Me temo que no.

miércoles, 9 de febrero de 2011

Desvarios de la tarde otoñal de este verano acogedor

Un hombre con las ropas rotas, sin nada que ponerse en los pies, la barba crecida, se guarece de la lluvia bajo el techo de un negocio de vestimentas en el microcentro capitalino. La mirada parece perderse en un punto fijo de la nada.
De pronto logra divisar en la calle de enfrente a un viejo amigo de la infancia. Emocionado corre a saludarlo. El otro hombre lo mira incrédulo, lo inspecciona de arriba a abajo y decide ignorarlo por completo. Su Blackberry era una opción mucho mas familiar y segura que la de cruzar la mirada de Hector su amiguito del barrio de la paternal, del cual hacía años no había tenido noticias.

domingo, 6 de febrero de 2011

Historia de un asado


Ella, sur coreana. Recientemente llegada a la República Argentina, se encuentra en una de las calles de su ciudad capital. Idiomas: mucho de coreano, bastante de inglés y nada de español.
Él, argentino. Oriundo de Rojas, residiendo en La Plata y casualmente transitando la Ciudad Autónoma de Buenos Aires. Idiomas: mucho de español, bastante de inglés y nada de coreano.
La ciudad y el idioma, las cosas en común que había entre ellos en ese instante, es lo que los unió. Eso y un pequeño problema que había tenido la muchacha. El joven le proporcionó algo de ayuda y le ofreció alojamiento en su departamento en La Plata; propuesta aceptada por ella de muy buena gana.
Pocos días después del comienzo de la convivencia, él tenía un asado con amigos. Era un sábado a la noche y asistió con su nueva compañera. Al día siguiente ella despierta al mediodía con un fuerte dolor de cabeza y algunos mareos. Antes de salir a buscar algo para combatir su malestar decide avisarle a su anfitrión, que todavía dormía, que saldría un momento. -Ale, ahora vengo- le dijo en un perfecto español. Salió.
Mientras bajaba por el ascensor trataba de recordar algo de la noche anterior, pero todo esfuerzo era inútil. Caminó unos metros hasta llegar al kiosco y se encontró manteniendo una conversación con quien la atendía amablemente sin ningún tipo de inconveniente lingüístico. Volvió al departamento para ver si Ale era capaz de explicarle lo que estaba ocurriendo.
Él, con toda naturalidad y con voz de dormido, le dijo -Qué se yo lo que pasó. No me acuerdo de nada. ¡Dejame dormir! ¡No me rompas las pelotas! ¡Estoy hecho mierda!
La chica juntó todas sus pertenencias (una pequeña mochila con una sola muda de ropa) y se retiró dando un fuerte portazo. Bajó rápidamente por las escaleras los cinco pisos. Abrió la puerta de vidrio tan limpia que era casi imperceptible su presencia. Le dejó su juego de llaves al encargado del edificio que estaba regando las baldosas. Nunca más apareció por el barrio.
Él continuó durmiendo placenteramente. Se levantó a las cinco de la tarde. Puso el agua, se lavó la cara, se tomó unos mates y volvió a lo de sus amigos donde hablarían largo rato de la espléndida noche anterior.

jueves, 3 de febrero de 2011

"Pequeños fragmentos hallados on the road I"

"Caminante: no hay camino, se hace camino cuando la municipalidad pone la tarasca, lo llaman al maquinista de la motoniveladora, que estaba tomando mate en la cocina, y él, cabizbajo, va.
O sinó cuando la empresa que tiene la concesión de un tramo de ruta hace algún negocio oscurito (previo aumento de peaje) y te pavimentan el camino. Entonces el caminante no camina, va en bondi o en auto.
Aldous Huxley dijo, en una noche de jolgorio, que iba a escribir su nombre con pis en la vereda (de hecho lo hizo). Un rastafari descalzo que pasaba por ahí bañó sus pies con aquel néctar literario. Y caminó.
Historias sencillas que engrosan el manual del caminante, le marcan el paso.
Cuando estés en la cima de tu carrera recordá que siempre hay algún perejil engreído que hace publicidades de shampoo
Oh trotador del mundo! te vas a la India a caminar solo, llevás el libro de Germán Hesse y te creés Tenzin Gyatso.
Gulliver viajó y no se rió de los enanos.
Patricia Sosa sale a correr todas las mañanas por Parque Leloir.
"La felicidad no consiste en usar Home Banking, sinó en el pucho que te fumás cuando vas al banco a pagar los impuestos: luego te fumás la cola y salís mareado" Beto Casella.
"Es muy lindo caminar por las noches, bajo las luces de neón, y más si estás en Paris" A. Pizarnik
Este compendio queda momentáneamente inconcluso porque quien escribe debe trabajar.