Amigos: este espacio fue concebido con el único fin de publicar "todo aquello que se os ocurra". Sin filtros, sin tapujos, acá somos más libres que en Zion! A ud. estimado lector, le comunicamos que son bienvenidos cualquier tipo de comentarios y/o sugerencias. Que empiece el baile...
martes, 26 de octubre de 2010
El niño sueña, goza, recibe la paliza
martes, 19 de octubre de 2010
Encuentro cultural.
Amarás las cosas sobre todas las cosas. Materialismo
lunes, 18 de octubre de 2010
Crítica a una obra de cine
"La pampa tiene el ombú, el verano deja la piel roja
el campo tiene la soja".
Quizá estas coplas berretas, estimado lector, movilicen mas a la audiencia que el paupérrimo, inescrutable y vomitivo film sobre el cual me han encomendado escribir esta crítica.
Si tuviera que buscarlo en un video-club estaría perdido, ya que en "comedias" no debería estar, tampoco en "acción" o "terror" (incluso el rótulo "bizarro" le queda holgado como un vestido de María Marta Serra Lima a Luis Majul)
En realidad este film debiera de estar en el depósito, junto a la escoba, los caños y la llave térmica del local. O de posapava, quizá representara algún grado de utilidad.
La nota distintiva, según mi parecer, es que uno de los protagonistas secundarios se hace llamar "Provolonny", un sujeto gay constipado que al asumir su sexualidad finalmente logra evacuar.
"Evacuar la sala" será una aseveración oportuna como sentencia de la película, de la cual no pretendo, ni me interesa, brindar más detalles. No la mire.
Crónicas urbanas: "Ojos"
Hace unos días yo estaba fumando un cigarrillo en avenida 7. Vestía una remera del grupo punk "Descendents", y una campera verde abierta casi hasta el ombligo.
En la vorágine matinal, entre gentes de saco y corbata, portafolios, flores y diarios, un muchacho clava su vista en mí, justo en mi pecho.
Él tenía puesta la casaca de Gimnasia y Esgrima de La Plata. De golpe sus ojos se cargaron de una creciente furia.
Luego de varios minutos, como es común en mí, comprendí.
La campera que yo tenía puesta dejaba ver algunas letras:
"DESCEN" en color rojo, de yapa.
Supongo que éste muchacho, de corazón tripero, en un arrebato irracional de pasión futbolera creyó que yo era un "pincharrata" y que mi remera sentenciaba "Descenso"
lunes, 11 de octubre de 2010
Cuidado bebé suelto...
Lucas era el bebé más hermoso que todo el pueblo había conocido en su larga historia de cosas bellas, cosas que abundaban por esos lugares. Se comentaba que la expresión de su rostro enternecía hasta a una piedra, incluso al viejo Luis, hombre parco para sus emociones si los hay.
Su madre, Federica, se paseaba orgullosa con su recién nacido por el centro para que todas las chusmas le envidiasen tamaña belleza de niño. Lo vestía siempre con un conjuntito distinto para que se luzca de la mejor manera y todo el mundo pudiera apreciar lo hermoso que era.
En el pueblo de Azelleb todo era paz, calma y perfección. No había nada por el que preocuparse. Todos los habitantes contribuían al progreso de su vecino. No existían disputas de ningún tipo, es más, la última vez que se recuerda una discusión fue acerca de que canto de pájaro era más bonito, si el del ruiseñor o el del jilguero.
Cuando Lucas cumplió un año empezó a caminar y como todo pequeñín lo hacía a los tumbos, cayéndose y levantándose para volverse a caer. Obviamente tocaba todo lo que tenía a su alcance. Una noche mientras Federica ordenaba unas cosas en la cocina, el teléfono del dormitorio sonó. Presurosa para atender, dejó al bebé solo en la cocina sentado en su sillita.
Cuando regresó lo primero que notó era que la heladera estaba semiabierta y un hilo de sangre creaba un camino desde allí hasta debajo de la mesa. Allí encontró a Lucas con la boca manchada en sangre. Asustada corrió a socorrerlo. Lo alzó en brazos y lo llevo hasta la pileta para limpiarle la boca. Una vez que se calmó, se prometió a si misma que nunca abandonaría al pequeño ni un segundo.
Al rato llegó a la casa Diego, su marido. Conversaron amenamente durante un rato mientras Lucas jugaba sobre una frazada. A Federica se le ocurrió cocinar algo de carne al horno. Se acerco hasta la heladera y cuando la abrió no pudo encontrar lo que buscaba. Se sorprendió porque estaba segura de haber ido a la carnicería y de haber traído la carne.
En ese momento escucho unos mínimos pasitos que se acercaban por detrás. Un frio sudor le corrió por la frente. Cuando se dio vuelta Lucas le saltó al cuello para hincarle los dientes con desmedida violencia. Cuando Diego escuchó los gritos ya era tarde. Corrió hacia la cocina y la escena era tétrica. Federica yacía ya sin vida con una profunda mordida alrededor del cuello. Básicamente le faltaba un pedazo. Lucas ya no estaba. Había huido, con la panza llena y su deseo de carne cruda satisfecho, por el momento…
Despertar del letargo
Nunca fue muy feliz. Su existencia siempre osciló entre la decepción y la mediocridad. Pese a esto todos le auguraron un gran futuro. Cuando era pequeño decían que era inteligente, que le sobraba para poder asegurarse un gran futuro, para abrirse camino en el competitivo mundo del trabajo.
Él los escuchaba y no entendía muy bien lo que querían decir, pero con paciencia oriental esperaba su momento. Cuando creció decepcionó a todos. Nunca fue el genio de las computadoras que todos creían que iba a ser. Tampoco un gran periodista deportivo. El solo fue lo que quiso ser.
De grande reflexionó sobre su ser y su vida. Entendió que siempre fue feliz. Porque la linealidad de su vida, el tono grisáceo que los demás creían ver en su existencia de hoy desaparecía una vez que la pelota se ponía a rodar.
Así es, algo tan mundano y vulgar como el futbol es la fuente de su alegría. Toda la semana era una excusa para que llegue el fin de semana, momento en el que el balón se hace su amigo y él se siente protagonista de algo inmenso. Una experiencia sensorial única.
Jugar al futbol, compartir una cancha con otros 10 tipos que quieren lo mismo que el, trabajar en equipo, generar un vínculo ideal con otro ser humano. Eso es lo que quiere, jugar y olvidar lo mediocre que puede ser la vida humana.
jueves, 7 de octubre de 2010
Pequeños cambios
La Plata, jueves 16 de abril.
Ahí está. Pantalón ancho, deportivo, azul con dos franjas blancas a los lados, dentro de las cuales se albergan varios pumas (o algún otro felino) de color negro; zapatillas muy blancas, como de cuero; y una gorra negra con unas llamas anaranjadas que le otorgan una pinta de chorro increíble. Para peor, es chorro nomás. Salta al tren cuando el coche frena en Berasategui. Recorre los vagones buscando su presa. Una vez que la detecta, como esa piba con el pecho amplio y reluciente, toma distancia de ella, esperando no llamar la atención. Se sienta para dar aspecto de que va a seguir viaje, pero una vez que el tren arranca y toma alguna velocidad, se levanta agazapado y camina hacia su víctima, le lanza las garras al pasar a su lado, le arrebata el trofeo de guerra, corre hacia la puerta más cercana y se tira, rueda, a veces se golpea, pero nunca es de gravedad, igualito que en Animal Planet. Se levanta, se limpia un poco, adquiere dignidad y sale caminando, mirando apenas hacia ambos lados, simulando algún interés porque no lo vean. En realidad, no le importa un carajo. Al otro día hará lo mismo. Y al otro. En el mismo lugar y a la misma hora. Una estrategia más bien insensata. Pero a él no le importa un carajo. Alguna vez se golpeó un poco, alguna vez lo corrieron, alguna vez visitó la comisaría, alguna vez le pegaron de lo lindo en una seccional, alguna vez hasta le pegaron a su hermanito, delante de mí, sabés lo que es eso, loco, pero por lo demás, no ha tenido mayores inconvenientes. Una vez una cartera le deparó más de seiscientos pesos. Otra vez una cadena de oro le facilitó cuatrocientos morlacos. Le compró una pelota al hermanito, sacó a bailar a la novia, le regaló tres cidís, loco, a la vieja, esa vuelta. Re copado, me cuenta:
-A veces hago monedas. Hoy, fijáte lo que hice. Esta cadena es fantasía pura. La vendo en el barrio, en una villa. Pero más de un peso no hago. Eso es lo que hago, muchas fantasías. Llevo esto al baile, a veces. Y ahí le regalo a una minita que me gusta. Total... A mí no me cuesta nada hacer ésto. Hago todos los días cadenitas como ésta.
Qué significado le dará a la palabra hacer la minita que va en el tren a La Plata, con los arañazos en el pecho y la respiración ahogada y profunda como una hiena hambrienta, pienso mientras desgrabo la entrevista.