martes, 26 de octubre de 2010

El niño sueña, goza, recibe la paliza

Soñaba. Soñaba y en el sueño sonreía. Pero sonreía sarcásticamente. Como quién se ríe de un acto que no permitiese la sonrisa. Como escondiéndose en el sueño a que lo vean. Si estuviera despierto, seguramente se taparía con las sábanas para no ser visto. En el sueño, corría. En la carrera se desprendía de su remera. se quitaba los zapatos de manera dificultosa. Saltando sobre un pie iba quitándose una media, para luego cambiar de pierna y proseguir con el otro calcetín. Y la carrera continuaba. Cuando parecía que llegaba a su destino, se sacaba su pantalón. Ya casi mojándose los pies con la espuma tomó sus calzones y los tiró hacia abajo. Desnudo sintió el frío tocándole las bolas. Y sonreía. Se despertó meado.

martes, 19 de octubre de 2010

Encuentro cultural.

¿Es el conflicto una condición sine qua non de la existencia humana?

¿Somos almas que transitamos momentos?

¿O es nuestro ser producto del devenir de una manipulación maquiavélica?

¿Que somos? ¿Tiburones? ¿O cangrejos de río? ¿O quizás plancton?...

Las respuestas a estos misterios metafísicos y mucho mas podes encontrarlas en el ciclo de conferencias "De cuando el Teto creo a Perón" todos los viernes a las 03:50 en el Parque Castelli. Invitado especial: Chuck Norris.

Nota del redactor: este cuelgue astral fue subido al blog a pedido de seres del multiverso...

Amarás las cosas sobre todas las cosas. Materialismo

Martín tenía un vecino con el que se juntaba a jugar todas las tardes en la vereda de su hogar a pesar de no disfrutar del todo su compañía. Incluso lo detestaba la mayoría de las veces. Pero debía tolerarlo si no quería pasarla en casa junto a sus hermanos mayores que se divertían gastándole broma tras broma. Además, allí dentro, no contaban con nada que pudiera entretenerle, ni siquiera con la presencia de un televisor.
Sin embargo, Tomás, su vecino, cuya casa quedaba doblando la esquina sin necesidad de cruzar la calle, (cosa que no le dejaban hacer solo, por no haber cumplido los 5 años aún) todas las semanas tenía un juguete nuevo. Todos eran espectaculares e, increíblemente, el reciente superaba con creces al que lo había precedido días atras. Motivo suficiente como para querer compartir algún tiempo con él. Tomás, de 7 años, no lo consideraba a Martín como su amigo, pero le gustaba alardear de sus posesiones. Así que encontraba en él a la persona adecuada.
De vez en cuando el pequeñín le pedía a sus padres que le comprasen alguno de los juguetes que tenía su vecino. La respuesta siempre era la siguiente:
-¡Esos juegos son carísimos! ¿Qué te pensás? ¿Que tenemos un montón de plata? ¿Como tu amiguito? -Respuesta que irritaba en demasía al niño.
Un día (no recuerdo si para el día del niño o para su cumpleaños) recibió de sus padres como regalo un autito a control remoto. Jamás el niño había sido tan feliz hasta ese momento. Decidió llevarlo al jardín para compartirlo con su mejor amigo Felipe. En el tiempo de descanso en el patio estuvieron jugando un rato largo. De repente se encontraron en una disputa porque ambos lo querían usar al mismo tiempo. Tironearon. Uno del auto y el otro del control. Como consecuencia de ello, ambos cayeron de espaldas al piso por la rotura del cable que unía el autito con el control.
Martín fue invadido por un ataque de ira y comenzó a golpear a su amigo. Felipe corrió a la salita; tropezó y cayó al suelo. Martín, que iba detrás, observó que alguien había dejado olvidada una tijera arriba de una de las mesitas, la tomó y aprovechó que su amigo estaba en el suelo para clavarle 16 puñaladas en la espalda.
Cuando llegó la maestra, Martín se encontraba llorando al lado del cuerpo ensangrentado de Felipe.

lunes, 18 de octubre de 2010

Crítica a una obra de cine

"Verano Bizarro" (o Psycho beach party, año 2000)

"La pampa tiene el ombú, el verano deja la piel roja
 el campo tiene la soja".
Quizá estas coplas berretas, estimado lector, movilicen mas a la audiencia que el paupérrimo, inescrutable y vomitivo film sobre el cual me han encomendado escribir esta crítica.
Si tuviera que buscarlo en un video-club estaría perdido, ya que en "comedias" no debería estar, tampoco en "acción" o "terror" (incluso el rótulo "bizarro" le queda holgado como un vestido de María Marta Serra Lima a Luis Majul)
En realidad este film debiera de estar en el depósito, junto a la escoba, los caños y la llave térmica del local. O de posapava, quizá representara algún grado de utilidad.
La nota distintiva, según mi parecer, es que uno de los protagonistas secundarios se hace llamar "Provolonny", un sujeto gay constipado que al asumir su sexualidad finalmente logra evacuar.
"Evacuar la sala" será una aseveración oportuna como sentencia de la película, de la cual no pretendo, ni me interesa, brindar más detalles. No la mire.

                                                                          Osvaldo Goncálvez, crítico de cine y dermatólogo,en exclusiva para lallaveconolor

Crónicas urbanas: "Ojos"

Este relato nada de extraordinario tiene.
Hace unos días yo estaba fumando un  cigarrillo en avenida 7. Vestía una remera del grupo punk "Descendents", y una campera verde abierta casi hasta el ombligo.
En la vorágine matinal, entre gentes de saco y corbata, portafolios, flores y diarios, un muchacho clava su vista en mí, justo en mi pecho.
Él tenía puesta la casaca de Gimnasia y Esgrima de La Plata. De golpe sus ojos se cargaron de una creciente furia.
Luego de varios minutos, como es común en , comprendí.
La campera que yo tenía puesta dejaba ver algunas letras:
"DESCEN" en color rojo, de yapa.
Supongo que éste muchacho, de corazón tripero, en un arrebato irracional de pasión futbolera creyó que yo era un "pincharrata" y que mi remera sentenciaba "Descenso"

lunes, 11 de octubre de 2010

Cuidado bebé suelto...

Lucas era el bebé más hermoso que todo el pueblo había conocido en su larga historia de cosas bellas, cosas que abundaban por esos lugares. Se comentaba que la expresión de su rostro enternecía hasta a una piedra, incluso al viejo Luis, hombre parco para sus emociones si los hay.

Su madre, Federica, se paseaba orgullosa con su recién nacido por el centro para que todas las chusmas le envidiasen tamaña belleza de niño. Lo vestía siempre con un conjuntito distinto para que se luzca de la mejor manera y todo el mundo pudiera apreciar lo hermoso que era.

En el pueblo de Azelleb todo era paz, calma y perfección. No había nada por el que preocuparse. Todos los habitantes contribuían al progreso de su vecino. No existían disputas de ningún tipo, es más, la última vez que se recuerda una discusión fue acerca de que canto de pájaro era más bonito, si el del ruiseñor o el del jilguero.

Cuando Lucas cumplió un año empezó a caminar y como todo pequeñín lo hacía a los tumbos, cayéndose y levantándose para volverse a caer. Obviamente tocaba todo lo que tenía a su alcance. Una noche mientras Federica ordenaba unas cosas en la cocina, el teléfono del dormitorio sonó. Presurosa para atender, dejó al bebé solo en la cocina sentado en su sillita.

Cuando regresó lo primero que notó era que la heladera estaba semiabierta y un hilo de sangre creaba un camino desde allí hasta debajo de la mesa. Allí encontró a Lucas con la boca manchada en sangre. Asustada corrió a socorrerlo. Lo alzó en brazos y lo llevo hasta la pileta para limpiarle la boca. Una vez que se calmó, se prometió a si misma que nunca abandonaría al pequeño ni un segundo.

Al rato llegó a la casa Diego, su marido. Conversaron amenamente durante un rato mientras Lucas jugaba sobre una frazada. A Federica se le ocurrió cocinar algo de carne al horno. Se acerco hasta la heladera y cuando la abrió no pudo encontrar lo que buscaba. Se sorprendió porque estaba segura de haber ido a la carnicería y de haber traído la carne.

En ese momento escucho unos mínimos pasitos que se acercaban por detrás. Un frio sudor le corrió por la frente. Cuando se dio vuelta Lucas le saltó al cuello para hincarle los dientes con desmedida violencia. Cuando Diego escuchó los gritos ya era tarde. Corrió hacia la cocina y la escena era tétrica. Federica yacía ya sin vida con una profunda mordida alrededor del cuello. Básicamente le faltaba un pedazo. Lucas ya no estaba. Había huido, con la panza llena y su deseo de carne cruda satisfecho, por el momento…

Despertar del letargo

Nunca fue muy feliz. Su existencia siempre osciló entre la decepción y la mediocridad. Pese a esto todos le auguraron un gran futuro. Cuando era pequeño decían que era inteligente, que le sobraba para poder asegurarse un gran futuro, para abrirse camino en el competitivo mundo del trabajo.

Él los escuchaba y no entendía muy bien lo que querían decir, pero con paciencia oriental esperaba su momento. Cuando creció decepcionó a todos. Nunca fue el genio de las computadoras que todos creían que iba a ser. Tampoco un gran periodista deportivo. El solo fue lo que quiso ser.

De grande reflexionó sobre su ser y su vida. Entendió que siempre fue feliz. Porque la linealidad de su vida, el tono grisáceo que los demás creían ver en su existencia de hoy desaparecía una vez que la pelota se ponía a rodar.

Así es, algo tan mundano y vulgar como el futbol es la fuente de su alegría. Toda la semana era una excusa para que llegue el fin de semana, momento en el que el balón se hace su amigo y él se siente protagonista de algo inmenso. Una experiencia sensorial única.

Jugar al futbol, compartir una cancha con otros 10 tipos que quieren lo mismo que el, trabajar en equipo, generar un vínculo ideal con otro ser humano. Eso es lo que quiere, jugar y olvidar lo mediocre que puede ser la vida humana.

jueves, 7 de octubre de 2010

Pequeños cambios

Un martes por la noche, mientras cenaba con mi mujer, se cortó la luz en todo el barrio. Rápidamente fui, a tientas, en busca de las velas para poder terminar de comer porque no se veía nada. No las encontré. Me dijo Raquel que no debería haber, que fuera a comprar. A lo que respodí que ya era tarde y que seguramente estarían todos los comercios cerrados.
De todos modos salí a la calle. No alcanzaba a ver más que sombras, algunas más oscuras que otras. Únicamente se iluminaba el lugar con el paso de los autos, pero donde vivíamos era una zona poco transitada. Cuando llegué al kiosco más cercano comprobé que estaba cerrado. Caminé un par de cuadras más hasta el otro negocio que había cerca de casa. Lo mismo. Mientras volvía, una sensación extraña recorrió mi cuerpo, pero no le di importancia.
Cuando llegué a casa le dije a Raquel que no estaba abierto ni lo de Tito, ni lo de Marce, también le comenté lo que me había costado caminar en semejante oscuridad. Estuvimos charlando un rato de lo aburrida que era la vida sin electricidad mientras terminábamos nuestros platos como podíamos, hasta que se hizo la luz.
Enorme fue mi sorpresa cuando vi que la mujer con la que estaba a la mesa no era Raquel. Ella también se asustó cuando me vio, pero parecía tomarlo con más naturalidad.
-¿Quién sos? -Le pregunté- ¿Y que hacés en mi casa?
-Soy yo. Raquel; Saúl. Raquel. Tranquilo. -Me respondió.
Salí a toda velocidad a mirarme en el espejo del baño y descubrí que mi rostro ya no era el mismo. Tampoco mi cuerpo. Estuve un tiempo encerrado, acostumbrádome a mí mismo y me dirigí a la habitación. Ella ya estaba acostada. La observé un poco. Con cuidado de no despertarla me acosté a su lado. Y mientras cerraba los ojos para dormirme, en lo único que pensaba era en el enorme deseo que tenía de que ésta fuera la última vez que me ocurría lo mismo.

La Plata, jueves 16 de abril.

Hace calor mientras lo espero. El chavón va a venir. Lo sé. Todos los días a esta hora. Es fija. Entre las once de la mañana y las cuatro de la tarde, aparece. Sube al tren sin pagar boleto. Entra así nomás, ya fue. Si lo se las rebusca para colarse de algún modo. Y lo logra. Vive a doce cuadras de la estación desde que nació. Conoce la zona y el oficio como las canciones de la cancha.
Ahí está. Pantalón ancho, deportivo, azul con dos franjas blancas a los lados, dentro de las cuales se albergan varios pumas (o algún otro felino) de color negro; zapatillas muy blancas, como de cuero; y una gorra negra con unas llamas anaranjadas que le otorgan una pinta de chorro increíble. Para peor, es chorro nomás. Salta al tren cuando el coche frena en Berasategui. Recorre los vagones buscando su presa. Una vez que la detecta, como esa piba con el pecho amplio y reluciente, toma distancia de ella, esperando no llamar la atención. Se sienta para dar aspecto de que va a seguir viaje, pero una vez que el tren arranca y toma alguna velocidad, se levanta agazapado y camina hacia su víctima, le lanza las garras al pasar a su lado, le arrebata el trofeo de guerra, corre hacia la puerta más cercana y se tira, rueda, a veces se golpea, pero nunca es de gravedad, igualito que en Animal Planet. Se levanta, se limpia un poco, adquiere dignidad y sale caminando, mirando apenas hacia ambos lados, simulando algún interés porque no lo vean. En realidad, no le importa un carajo. Al otro día hará lo mismo. Y al otro. En el mismo lugar y a la misma hora. Una estrategia más bien insensata. Pero a él no le importa un carajo. Alguna vez se golpeó un poco, alguna vez lo corrieron, alguna vez visitó la comisaría, alguna vez le pegaron de lo lindo en una seccional, alguna vez hasta le pegaron a su hermanito, delante de mí, sabés lo que es eso, loco, pero por lo demás, no ha tenido mayores inconvenientes. Una vez una cartera le deparó más de seiscientos pesos. Otra vez una cadena de oro le facilitó cuatrocientos morlacos. Le compró una pelota al hermanito, sacó a bailar a la novia, le regaló tres cidís, loco, a la vieja, esa vuelta. Re copado, me cuenta:
-A veces hago monedas. Hoy, fijáte lo que hice. Esta cadena es fantasía pura. La vendo en el barrio, en una villa. Pero más de un peso no hago. Eso es lo que hago, muchas fantasías. Llevo esto al baile, a veces. Y ahí le regalo a una minita que me gusta. Total... A mí no me cuesta nada hacer ésto. Hago todos los días cadenitas como ésta.
Qué significado le dará a la palabra hacer la minita que va en el tren a La Plata, con los arañazos en el pecho y la respiración ahogada y profunda como una hiena hambrienta, pienso mientras desgrabo la entrevista.

Azar a la raza

Toda raza atenta contra sí. No lo sabe, pero lo hace. Conciencia de ello puede adquirir el humano, pero no le conviene, por eso pretende que las razones del presente se hallen en el pasado y nunca en el futuro. Pretende que un tiempo que ya no está, pero estuvo, incida en el presente, único tiempo real. Pretende también, no obstante, que un tiempo que aún no está, pero es inevitable, no tenga incidencia alguna en la vida. La arbitrariedad, en definitiva, sigue definiendo lo que se consideran designios objetivos, divinos. (El hijo de Dios fue un hombre, nunca una planta, qué joder.) Así las cosas por ahora, pero no se sabe hasta cuándo.

viernes, 1 de octubre de 2010

Ojos anhelantes



Había unos cuantos hombres tendidos allí, bajo la lluvia, marginados.
López los miraba, temeroso y seco, sentado bajo un toldo improvisado.
- Pájaros -
Nunca fue fácil trabajar en la mina, algunos se cansaban y emprendían vuelo errante por las pampas.
- Cielo -
Cesó la lluvia, los blancos llegaron y les propinaron terrible paliza.
- Respeto -
Ésas imágenes quedaron grabadas en su cabeza durante meses. Sus ojos inyectados y su pálido rostro comunicaban su inmenso temor a correr la misma suerte.
- Albedrío -
Una intempestuosa tarde de Julio, improvisó un mono o bagayera, que confeccionó con dos bolsas de carbón. Partió a campo traviesa buscando eso que le faltaba y que, sin embargo, todo hombre potencialmente tenía.
Se llenó de historias y de poesía, y sin ser dueño de nada, todo poseyó.
Se redescubrió al margen de todo patrón y él fue su propia autoridad; ejerciendo su libre albedrío sembró campos y conciencias que al costado de las vías todavía recuerda el soñador que sale de la gran ciudad.