miércoles, 15 de febrero de 2012

El abuelo

Al ladito del templo adventista se erigía la bicicletería del viejo Tanhauser. Sus amigos lo apodaron "El semental alemán" y con justa razón; tuvo veintitrés hijos, los cuales le dieron sesenta y ocho nietos. "Todos con la misma" aseveraba orgulloso el teutón.
Una calurosa tarde de verano, mientras el pueblo dormía la siesta, los pibes rompían las bolas y Tanhauser emparchaba cámaras de bicicleta, dieciocho de sus nietos mas guachos, con excepción de luisito que era medio pavo y de Juan Carlos III que en paz descanse, decidieron ir a "acompañar" al abuelo en sus labores.
Después de sacudirle con la honda unas cuantas bolillas de paraíso a un adventista que salía del templo, aparcaron las bicicletas en el centro de la vereda, formando una montaña de fierros y ruedas y bulones, como las de los desarmaderos, obstruyendo así no sólo el paso del peatón sino también la entrada de la clientela al local.
Es fácil de imaginar el desastre que hicieron en su estancia allí. El viejo imploraba por dentro "que empiecen las clases" agarrándose la cabeza y mirando al techo.
Le preguntaban para qué sirve tal o cual cosa,  le tiraban de los pantalones, otros tres jugaban con el compresor: unos cuantos frascos de tornillos y docenas de rayos que el viejo tenía precintados cayeron al piso, no contentos con eso volcaron una lata de pintura roja y para culminar, le rompieron el poster del Racing campeón del mundo del 67.
Tanhauser, fuera de sí, agarró el soplete del estante y les dijo que se fueran a hinchar las pelotas a otro lado, que sinó los prendía fuego; viejo pantomimero, (si vale el término)  después de tantos años con tantos vástagos que criar terminó perfeccionando sus técnicas de persuasión.
"Mi poster de Racing..." se lamentaba el viejo, "la puta que los parió..."
El "masi", que lo miraba desde la vereda, no dudó en gritarle "jodéte, viejo pajero!".
Es entonces cuando el soplete regresa a escena, salvo que esta vez, el viejo estaba sacado en serio.
Salen llamas por el portón verde musgo, que llaman poderosamente la atención a dos octogenarias que están en la vereda, al pedo.
El desodorante en aerosol lord cheselin combinado con el soplete se convirtió en un lanzallamas casero. Se incendiaron los rosales del cantero y otro fogonazo alcanzó una rama de acacia. Los pibes corrieron al templo. En la puerta (gigante y cerrada) había una gorda sentada comiendo maní con cáscara.
"Abri gorda, dale, la puta que te parió, que el viejo está re loco!"
La gorda, lerda y perezosa, tardó unos minutos en incorporarse. Para ese entonces, el maní ya era casi garrapiñada.

viernes, 13 de enero de 2012

Deseo

   "Se desea porque se carece de algo, porque se necesita algo. El hombre, definido como deseo de placer (Freud), es fundamentalmente un ser de necesidades, una carencia, una indigencia pura. Además, como el deseo de lo que se carece, cuando el deseo se satisface, el deseo muere. Por ello, en su madurez, Freud pone junto al deseo de placer el deseo de muerte, porque lo que el deseo desea es su satisfacción, y por tanto, su muerte. El hombre es por tanto para Freud, un deseo que busca su propia extinción."( http://www.revistacrepusculo.org/n17/_carencia.php )

   El deseo de aquello que más feliz nos hace, aquello que nos extasía de placer, que nos reconforta hasta el lugar más recóndito de nuestro espíritu, no acaba nunca. La realización de La/s actividad/es objeto de nuestro anhelo mayor nos transporta a un lugar donde el tiempo no existe o, por lo menos, no transcurre de manera convencional. Y por el contrario de extinguirse el deseo, éste va en aumento; lo que se traduce en mayor felicidad, placer, etc... Aumenta el deseo; la satisfacción también... Y así sigue hasta que nos llega el momento de volver a la vida real. Aquélla que nos encuadra en un lugar específico del universo, en una línea temporal cada vez más exacta, que nos impone montones de deseos cuya satisfacción conlleva una escasa cantidad de tiempo y no mucho esfuerzo. La felicidad, en caso de ser alcanzada, es efímera. Pero siempre se encarga -la vida real- de darnos las esperanzas de que la próxima cosa deseada será aquella que salve nuestras vidas. Sin embargo, muy lejos estará de suceder. Y la decepción nos invade fuertemente al corroborarlo, hasta que se nos da otra cosa que desear; algo para lo cual sólo bastarán unos pocos, pero muy tristes segundos.
   Para evitar este círculo vicioso de deseo-decepción-deseo, en el que resulta demasiado fácil caer, es esencial que cada uno, en el interior de sí, descubra qué cosas lo transportan a ese lugar del universo en el que el tiempo no existe. Podría suceder que la búsqueda quede inconclusa, que no aparezca ese tesoro tan preciado, pero la posibilidad de no hallarlo no debe jugarnos en contra. Puesto que sin lugar a dudas en la persecución de ese tan ansiado tesoro se habrá recorrido un camino lleno de enormes satisfacciones a pesar de las desgracias que nos toquen en suerte.