viernes, 29 de julio de 2011

Perra Anarquista

Tomaba un descanso en medio de la jornada laboral. Él.
Él era Beto, el ordenanza, en un banco de la plaza.
Sacó de su bolsillo un atado de philip morris y prendió uno. Disfrutaba de los vaivenes del sol. Se soñaba despierto. En eso, ve que pasa caminando la rubia. LA Rubia, pero no por su belleza, sino por la curiosidad que despertaba en él tamaña estupidez de mujer. Le gustaba observarla. Más de uno hubiera creído que estaba enamorado de ella.
La rubia se desempeñaba como asesora del Gerente General de Pactos Arancelarios e Intervenciones Remotas. Nadie podía decir a ciencia cierta cuál era su tarea. Se la veía felíz, por los pasillos del Ministerio, con un aire de relajo constante. Beto creía que ella se encargaba de llevar la agenda con los cumpleaños de funcionarios, bautizos de los nenes y cosas así. No se si lo escuchó alguna vez o lo imaginó.
La blonda venía hablando por teléfono, con bolsas en una mano, su cartera y sus botas símil cocodrilo.
¡Puaj! murmuró Beto, el ordenanza, el de los pies ligeros, mientras ella desfilaba por la plaza.
Una vez perdida en la vorágine matinal, Beto, el de los pies ligeros, contempló la figura de un cuadrúpedo que se acercaba. "Cuadrúpeda" aseveró después. Chifló e hizo un chasquido con las manos para llamarle la atención, para que venga a recibir el mimo.
Ni cinco de bolilla. Se acercó e ignoró su presencia con aire altanero, muy pulcra ella para parecer de la calle. Y sin embargo lo era.
Se detuvo a mirarlo por unos segundos, y Beto, el de los pies ligeros, creyó adivinarle el mensaje
"No soy tuya, ni de nadie; soy de todos lados. Recibo mimos y comida cuando se me antoja, no como esa manga de oligarcas que viven cómodos y esclavos en las casas con sus "amos", fichando día a día su tarjeta de simpatía. Ni que hablar de esa nueva camada de canes inventados, pequeños bonsai, todos refinados. Yo soy anarquista."
Dicho esto siguió su camino, libre, como el sol cuando amanece, como decía Nino.
Beto se quedó pasmado ante tal revelación. Se preguntó qué pensaría la rubia de todo aquello. Imaginó que ni se habría percatado de la presencia de la perra. Porque ella tenía ojos para cosas que no existen, o más bien, les deformaba la existencia a cosas que existen. Y miraba del medio de su campo visual hacia arriba.
La perra miraba para donde se le venía en gana, fiel a su instinto y a su libre albedrío.

martes, 12 de julio de 2011

Locuras de una mañana, tarde, a la nochecita


En una clínica privada, dedicada al tratamiento de personas que padecen de insania mental, conducida por personas poseedoras de problemas similares al de sus internos, surgió, alguna vez, una práctica que es muy usual hoy en día pero que fue innovadora en aquella época. El hecho es repetido incansablemente por los locos de las clínicas y hospitales de todo el mundo. A pesar de ello, la gente común y corriente (o silvestre, como más le guste) desconoce el verdadero motivo que los lleva a actuar de este modo. Estamos hablando del hábito o la costumbre que tienen los enfermos mentales de reclamar, a modo de obsequio, algún cigarrillo a toda persona que se cruce en su camino.
El impulsor de este movimiento organizado fue un tal Carmelo López García Méndez, nacido en las Islas Fiyi, algún día ubicado en el período de tiempo comprendido entre los años 1719 y 1932. Aún no se sabe si ha fallecido. Cuenta la historia que el hombre, que se encontraba privado de la libertad a causa de su demencia, padecía un cáncer de pulmón que lo dejaba al Borda de la muerte. Con el afán de evitar que existan otros seres humanos con este conjunto de enfermedades resultante del crecimiento maligno de células del tracto respiratorio, y sabedor de que la principal (y casi única) fuente de este mal es el tabaquismo, emprendió su trabajo de hormiga. Quien pasar a su lado sería interceptado por él a la voz de: – ¿Tiene un cigarro para darme?­– Si la persona tenía, y le convidaba, él respondía: – ¿Otro?– Y así seguía hasta que dejaban de regalarle el preciado tabaco. Se marchaba dando las gracias, pero sabiendo que debiera ser al revés; el agradecido debía ser el otro. Carmelo se sacrificaba, fumando la mayor cantidad de cigarrillos posible, para ayudar a quien se lo quitaba.
El resto de los internos se enteró, vaya a saber uno cómo, que el cáncer pulmonar es uno de los tipos de cáncer más común y decidió acompañar a este hombre en su empresa. Esta costumbre se fue propagando a nivel mundial entre todas aquellas personas que se encontraban en la misma situación. Encerrados y medicados hasta el día de su muerte y que, consientes de ello, decidieron darle algún sentido a su paso por este mundo.
Es así como surge la organización mundial “Locos por el Cigarro”. Sus integrantes trabajan de manera anónima y sin ánimo de lucro alguno. Lo único que pretenden es quitarle la máxima cantidad posible de cigarrillos a los normales con el objetivo de cuidarles la salud; para que éstos dispongan de una mejor calidad de vida. De esta manera, dicen, sienten que le están entregando parte de su vida sin sentido a aquellos seres expendedores de humo, sin detenerse a pensar si es que verdaderamente son merecedores de ello. Tampoco se animan a confesar su plan porque los avergüenza el hecho de creerse capaces de ayudar a seres que se dicen superiores, como lo son quienes caminan sin problemas por la calle, sacando pecho y con la frente en alto, dejando un camino de humo de distintas tonalidades grises en el aire a sus espaldas.
Tratando de no extenderme mucho más en este relato me tomaré el atrevimiento de intentar concluir una idea más general, que me vino a la mente en el momento en que esta historia llegó a mis oídos. Teniendo en cuenta que casi no existen personas en el mundo conocedoras de esta organización mundial tan grande, ni de sus fines, me cabe suponer que tal vez existan otras similares, o simplemente individuos, cuyo leitmotiv sea el sacrificio propio por el bien y/o la felicidad ajenos, que están esperando ser descubiertas. Propongo, para ello, dos cosas. Primero, la atención suficiente como para saber reconocer cuando alguien nos está tendiendo su mano. Y en segundo lugar, la humildad necesaria para no creernos mejores que nadie y así poder aceptar la ayuda cuando nos es propuesta. Creo que con estas cosas será más fácil conseguir la armonía necesaria para una vida plena.