martes, 28 de septiembre de 2010

Henry I

La tarde se volvía noche, mientras el frío despedía a los últimos chispazos de luz.
En una habitación, Henry encendió el mechero con una cerilla, proyectando su sombra espectral contra la pared de la cabaña. Tenía un dejo de melancolía en sus ojos hacía unos cuantos meses; poco le importaba puesto que en el monte no había gentes ni espejos. Sólo el arroyo frugal y las ovejas; los impermeables álamos y la inmensidad de la noche.
El otoño entró sin golpear y acabó con él.

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