viernes, 20 de agosto de 2010

Siesta

Estaba completamente loca.
Se pintaba los labios mientras leía un cuento de Poe.


“¡Toc toc toc!” golpearon la puerta con una onomatopeya burlona.

Entró Edgar con un insecto gigante que acariciaba con ambas manos, dorado como el sol de mediodía. El bicho crecía a razón de 50 cm. por segundo.

Despertó en medio de un campo de trigo con su libro de poemas de Pessoa. Era una mina cuerda, le dolía la cabeza por insolación.

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