Encontrábame yo en aquel lugar. Lugar tan poco valorado por
mucha gente y tan importante para mí. Era el lugar que me permitía volar,
viajar tanto como quisiera, o como pudiera, con la imaginación. Era un lugar en
donde la noción del tiempo y el espacio era casi nula. Era el lugar donde por
un momento, pequeño pero infinito, solo estaba yo conmigo mismo. Nadie más. Era
ahí mismo en donde yo emprendía la ardua búsqueda de mi ser.
También hacía otras cosas endemientras. Como por ejemplo,
expeler los desechos que generaba mi organismo. La materia que ya no tenía más
nutrientes para aportarme. En eso me encontraba aquel día. Una vez concluida la
etapa final del proceso digestivo quise proceder con la limpieza de mi cuerpo –digamos
que la limpieza de la parte más afectada por la suciedad del caso– a fin de que no quedaran
rastros del hecho. Pero, para mi sorpresa, el sitio donde habitualmente se
encontraba el papel higiénico estaba vacío. Decidí invocar a la persona que se
dedicaba a resolver todos mis problemas empleando la palabra mágica.
–¡Má! –Grité.
Pero mi llamado tal vez no había sido lo suficientemente potente como
para llegar a oídos de mi madre. Decidí que debía llamarla con un tono de voz
más fuerte.
–¡Má! –Grité esta vez de modo más enérgico.
–¿Qué? –Se oyó en respuesta.
–¡No hay papel! –Sugerí manteniendo la misma energía en el grito que en
el último de los llamados creyendo que era lo más adecuado para que el mensaje
llegara correctamente.
–¡Ya te llevo! –La promesa de la voz.
Comenzó la espera por la llegada del papel. No se ciertamente la
cantidad de tiempo transcurrido entre la promesa del papel y el comienzo de mi
impaciencia. Pensaba que mi madre tal vez estuviera ocupada en otras cuestiones
a las que les asignaba una prioridad mayor a la que fuera la tarea de alcanzarle
un objeto de higiene personal a su hijo mayor. Ese pensamiento me hacía detener
en emprender el reclamo.
Luego, mientras continuaba con la espera y pensaba motivos por los
cuales no me había sido alcanzado por la proveedora de soluciones el elemento
higienizante, se me ocurrió que podría haber pasado que ella no me hubiera
respondido que ya me lo traía, que podría haberme dicho otra cosa y yo haber
creído escuchar lo que quería escuchar. De ser así, la espera estaría siendo en
vano y yo estaría ahí sentado vaya uno a saber hasta cuándo. Opté por esperar otro rato, a pesar de las ganas que tenía de no estar más en
ese lugar, para evitar el enojo de mi madre ante insistentes llamados, en el
caso de que todo hubiera ocurrido como me pareció desde un principio.
Durante esta
nueva etapa de la espera me invade otro interrogante tan conflictivo como el
anterior. ¿Qué tal si mi madre había respondido otra cosa porque había
entendido algo distinto de lo que dije y yo entendí que me respondió de acuerdo
a mi solicitud?
Y una catarata de cuestionamientos siguientes, que se vinieron el uno sobre el otro sin saber cuál estaba por delante de cuál, me dejaron al borde del
knock out. ¿Existió la respuesta de mi madre ante el pedido
de papel? Y la respuesta por mí escuchada, ¿había sido inventada por mí también? La respuesta “¿Qué?” inicial al ocurrir mi segundo llamado, que tan seguro estaba de haberla oído, ¿había existido realmente? ¿Era todo una invención mía?
¿Qué tal si esto mismo había ocurrido en cada diálogo de
mi vida?¿Qué tal si esto mismo le ocurre a todo el mundo todo el tiempo?
¿Cómo serían posibles las relaciones entre personas que entienden lo
que quieren cuando el otro les está diciendo algo? ¿Cómo una frase
emitida por alguien en un sentido originaría una respuesta en ese mismo
sentido en otra persona que entiende cualquier otra cosa en el universo
infinito de cosas por decir? ¡Es altamente improbable!
Podría ser que hasta ni se hubiera encontrado en mi casa mi madre si el poder de la imaginación fuera tan grande. Podría ser que ni siquiera
hubieran salido de mi boca esos llamados. Podría ser que no exista, y que no
haya existido nunca, esa persona a la que tanto yo quería. Podría ser también que nada de lo conocido fuera real. ¿Cómo podría ya confiar en mis
sentidos si estaba siendo engañado permanentemente por ellos mismos? ¿Cómo continuaría mi vida a partir de ese momento? Momento en el cual estaba descubriendo que conocía mi exterior únicamente gracias a mis sentidos y que tal vez me estuvieran tendiendo una trampa. En definitiva, ¿yo era algo?
¿Qué era? ¿Dónde estaba realmente?
¡Por suerte se abrió la puerta y una mano tendida me alcanzó un rollo
de papel! Nunca antes, y creo que nunca
más, agradecí algo tanto como esto.
–¡GRACIAS MÁ! –Le dije.
Muy bueno!!
ResponderEliminarQue no se pare de bailar, que no se pare.
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