viernes, 3 de diciembre de 2010

Luces

Aquellos vapores del pantano eran insoportables.
Todavía recuerdo el día que me llevaron allí. Éramos cuatro en un pequeño bote carcomido por el herrumbre.
Varias hileras de ojos se encendían y apagaban en la espesura de la noche.
¿Quiénes son?, parecía preguntarse Jerez, según juzgué en su rostro apesadumbrado.
Robles y Villagra fumaban en silencio.
En lo que respecta a mí, me perdí en aquellas reflexiones hasta que salimos de la ciénaga.
Así como se fue disipando la densa niebla, cediéndole paso al aire puro, se fueron marchando nuestros temores, pero de algo estoy seguro: ninguno olvidó aquella noche. Cada vez que los encuentro en el bar puedo ver en sus ojos aquellas miradas clickeantes, temerarias, indescifrables, como moscas agigantadas por poderosos pesticidas.

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