domingo, 15 de mayo de 2011

A propósito

El arquitecto estaba parado, de espaldas al sol, contemplando la obra.
El viento arremolinaba en su cara y él sonreía como sonríen los diablos.
Había dibujado en los planos una escalera de entrada, de unos diez peldaños grandes, aunque no muy alta. El edificio quedaba de esta manera veinte metros adentro de la manzana, bastante más escondido que el resto de sus vecinos, los otros edificios.
No fue en nombre de la vanguardia, ni un hecho fortuito; resultaba difícil adivinar su motivo contemplando su rostro alegre, pero esa mueca de diablo, como dije antes, dejaba entrever un hilo malévolo que se hizo ovillo con el progreso de la obra.
Su intención –él mismo me lo reveló años mas tarde- fue la de dejar una marca de su resentimiento personal , plasmarla en aquella construcción.
El espacio vacío que dejaba el edificio desde la puerta, pasando las escaleras hasta la vereda, serviría para que el viento almacenara allí grandes cantidades diarias de bolsas, hojas, papeles…
Pude contemplar la obra finalizada – la obra malévola, el edificio ya estaba terminado hace tiempo- los primeros días del otoño pasado, cuando vi al encargado maldecir, mirando al cielo, y barrer durante horas y horas, todos los días en aquella trampa malintencionadamente perfecta.

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