martes, 12 de abril de 2011

Alborada

Los soñó. Hay gente que tiene esa capacidad, la de soñar con algo y que le salga en la timba. Puede ser la matutina o la vespertina, tal vez la nocturna. Si no sale como era, quizá sale al revés. Pero siempre le andan rondando.

Esta vez no fue algo inusual. Pero el onirismo suele presentar variables que quien lo vive, si es que cabe el término, hace que el despertar se torne un poco diferente. Y esa madrugada lo vio tan vivo, tan pertinente para arriesgarlo todo.

Se vistió algo apurado. Buscó debajo del colchón y encontró los ahorros de media vida (poco más, poco menos). De ahí se dirigió al quinielero del barrio, que sorprendido le tomó la apuesta, no sin antes mirar hacia los costados, sospechando cualquier movimiento extraño. “El 86”, dijo.

Horas más tarde, la radio sobre el modular del comedor daba los resultados. “Y a la cabeza, el 68”, relató. Tomó su cabeza con las manos y musitó algunos insultos. Se preparó una sopa, la tomó. Y contó los días de su vida.

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