Cuentan los parroquianos que en la Tierra del fuego hubo un hombre que visitaba a Darwin a menudo, llegando a entablar con él una confidente amistad.
Entre copas y naipes en reuniones selectas de hombres de ciencia, él siempre arrojaba la misma frase:“Del mono al ictiosaurio”
Parece ser que, como en una logia secreta, ellos tenían sus códigos. Él utilizaba la frase mencionada para que Darwin cantara el envido.
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